En tiempos prehispánicos estas hermosas
tierras pertenecieron al Cacique de Catapilco. Pero una vez llegados
los españoles, fueron entregadas a oficiales conquistadores como
premio a sus servicios a la Corona. Con los años, hacia 1791
llegaron a manos de la familia Vicuña y en 1884, al realizarse
la repartición de los bienes, la Hacienda de Cachagua,que incluía
el balneario de Zapallar, paso a manos de don Olegario Ovalle Vicuña,
uno de los 14 hijos de don Francisco Javier Ovalle y doña Isabel
Vicuña. Separado y sin hijos, don Olegario era un enamorado de
estas tierras y estaba convencido que Zapallar era un lugar excepcional,
mejor que los balnearios de moda de la vieja Europa. Acompañado
siempre por su administrador, don José Moisés Chacón,
empezó a soñar con la idea de transformar esta pequeña
caleta en un rincón privilegiado para veranear.
De esta manera comenzó a materializar
su sueño,destinando la parte alta del balneario, de calles rectas,
para sus más fieles empleados, y la parte más baja, próxima
al mar y de vías "tortuosas y accidentadas" , a todos
aquellos que atraídos por la belleza del lugar quisieron instalarse
aquí, sin otra obligación que construir sus casas en un
plazo no mayor a dos años.
Pocos fueron los entusiasmados en un principio:
las dificultades para llegar, la pequeñez de la playa, "no
se parece a Cartagena", fueron algunas de las múltiples
excusas para rechazar tan extraño regalo. Sin embargo, don Manuel
Valledor aceptó de buena gana, y fue el primero en levantar su
casa en el verano de 1892, la que más tarde pasaría a
manos de doña Luisa Lynch de Morla. La segunda casa fue la don
Adolfo Petzold, un alemán que luego entusiasmaría a otros
compatriotas que llegaron a colonizar estos rincones, como los Moller,
los Schaffer, los Johow y los Lenz, quienes construyeron los primeros
jardines, plantando eucaliptos, macrocarpas, olivos, pinos y una diversa
variedad de flores.
Otras de las primeras construcciones del balneario
fueron la de don Horacio Pinto Agüero frente a la caleta de don
Francisco de Paula Pérez en el mar Bravo, las de los hermanos
Moller frente a la playa y la de don Federico Johow.
La distribución de los terrenos la realizó
don Olegario " a punta de bastón ". Sin planos, sin
ingenieros y sin más ayudantes que Alfredo Díaz Vicuña
y una huincha de medir delimitó caminos, plazas y bajadas al
mar. Llegar a disfrutar de las bondades de este incipiente balneario
requería de bravura. Se tomaba el tren hasta Catapilco y desde
allí las carretelas de 4 caballos comandadas por Andrés
Prado depositaban, luego de 3 horas de polvo y golpetazos, a los entusiastas
viajeros en Zapallar.
El primer hotel de Zapallar lo construyó
don Ruperto Ovalle, hermano de don Olegario, y lo administraba un italiano
de apellido Guadaroli. Poco antes de morir, don Olegario consigue una
escuela fiscal para Zapallar.
Esta nace en 1902 en casa de misia María
Luisa Díaz con dos profesoras: las señoritas Amalia Henriquez
y Rogelia Acuña.
El 16 de agosto de 1906 marca un hito en la
historia del balneario.
Prácticamente todas las casas construidas
hasta la fecha se vienen abajo por el terremoto. Solo resiste en buenas
condiciones el hotel. Se inicia entonces la segunda fundación
de Zapallar, y entre 1911 y 1920 se produce el gran auge de construcciones
y desarrollo del lugar. Don Germán Valenzuela lleva a cabo la
primera empresa de agua potable. Hasta entonces el vital elemento era
repartido por Melitón Torres en barrilitos sobre el lomo de burros.
Se construyen en este período casas
tan notables como "Maricel" la casa de don Matías Errázuriz
y el castillo de don Alvaro Casanova, con torreones y puente levadizo,
desde donde diariamente se disparaba el cañonazo de las 12.
En 1908, gracias a los esfuerzos de doña
María Luisa Larrain, se pone la primera piedra para la Iglesia
de Zapallar, la que luego de cincuenta años de servicios pasa
a convertirse en el teatro de la comuna, cuando se construye la nueva
Iglesia.
En 1911 hace su aparición el primer
auto a Zapallar, un Protos, "grande como una casa y pesado como
un mastodonte" siendo el único capaz de tan increíble
hazaña.
En 1908 llega a veranear a Zapallar don Manuel
Mackenna, a la casa que le compró a don Adolfo Moller. Su arribo
marcaría definitivamente la historia del balneario, ya que en
1913 organiza la "Gran Jornada de Liberación de Zapallar".
El 8 de febrero de ese año reúne en el Gran Hotel a todos
los vecinos, y acuerdan aunar esfuerzos para conseguir la creación
de la Comuna de Zapallar, lo que permitiría la destinación
de fondos para mejoras locales, ya que dependiendo de la Ligua no contaban
con recursos para estos efectos. Luego de tres años de incontables
esfuerzos, el 14 de marzo de 1916 se publica el decreto que da nacimiento
a la comuna de Zapallar. Se nombra como primer alcalde a don Alejandro
Fierro, quien junto a los regidores contribuyen, como primera tarea,
con un fondo de $850 "para formar un botiquín con las medicinas
más necesarias que se pondrán a disposición de
los habitantes de la comuna".
En enero de 1920 abre sus puertas, frente al
hotel, el almacén de don Matías Valderrama, el más
importante y surtido del pueblo. En 1921 compra el Gran Hotel Madame
Gandon, quien lo administraría por muchos años, transformándolo
en centro de las mejores fiestas y bailes que haya visto nunca el balneario.
Don Carlos Ossandón es elegido alcalde
entre 1924 y 1933. Bajo su mandato se inicia la construcción
de la obra gruesa del muelle con la playa, y nace la "Semana Zapallarina":
una festividad anual bautizada por Manuel Mackenna en que el pueblo
entero hacía preparativos junto con la Municipalidad para un
completo programa que alternaba bailes, campeonato de tenis, fútbol
y box, banquetes y fiestas donde todos participaban. Culminaba esta
celebración con un gran baile de máscaras que se realizaba
en el Gran Hotel con fines de beneficencia.
En 1933 asume como alcalde don Diego Sutil,
quien termina la rambla "Alejandro Fierro" y deja establecida
la idea de prolongarla hasta la Isla Seca. Levanta junto al muelle la
casa de los pescadores y en la playa un restaurante. Organiza el club
de tenis, construye veredas, soluciona el problema de alumbrado, ejecuta
el plano regulador de la comuna, inaugura el camino plano a Viña
del Mar y el cementerio en el sitio de Pite, cedido en 1936 por don
Carlos Ossandón. Don Benito del Villar asume la alcaldía
en 1938.
Durante su mandato pavimenta calles, amplía
el alumbrado, establece una Posta, instala las cadenas que protegen
la avenida principal del pueblo y construye la plaza y monumento a don
Olegario Ovalle frente a la Iglesia. Un merecido homenaje para un intrépido
soñador que 50 años antes dio inicio con una huincha y
un bastón a uno de los balnearios más bellos de las costas
de Chile.
...así nació
Zapallar
Historia novelada
UNA EXTRAÑA SITUACION
Mediodía de un nublado día viernes
de Octubre. Zapallar se encuentra sumergido en un profundo silencio
a pesar de las bandadas de pelícanos y gaviotas que se han apostado
en la caleta. Las chimeneas de aquellas casas, dispersas entre la quebrada
y los cerros, van lentamente desahogado un denso humo, el cual se pierde
en el gris claro del cielo. Asimismo, el mar se recoge flojamente en
la orilla de la playa. Solo un perro corre solitario detrás de
una despistada gaviota. Sin embargo, ha sucedido algo que ha quebrantado
el reposo de este día, los primeros campanazos así lo
delatan. Movidos por ellos, los elegantes hombres y mujeres comienzan
a asomarse discretamente en su camino hacia la plaza. Habrá misa
especialmente convocada por los nuevos sucesos: el Presidente Arturo
Alessandri a nombrado Ministro de Guerra y Marina a don Carlos Silva
Cruz, un muy querido vecino de Zapallar. Para esto, ha venido especialmente
desde Papudo el Padre Manzano a oficiar la liturgia. La gente que vive
y trabaja todo el año en Zapallar concurre en masa. Esperan que
con este nombramiento la zona obtenga alguna relevancia nacional. Tal
vez, piensan, se construya un puerto cerca o una gobernación
marítima, algo que los saque del lento pasar de los días
junto al mar.
Contrariamente, los escasos veraneantes esperan
que este lugar no sea transformado en un punto estratégico de
la Armada, o sea levantado un puerto. Se comenta que por la tranquilidad
de la bahía sería perfecto para una marina, pero a la
vez está el problema de ser muy baja la profundidad de sus aguas.
La angosta Iglesia está repleta. Se ha adornado el altar con
banderas y flores; todos esperan de muy buen humor la misa con que se
celebrará el nombramiento. En los primeros asientos está
la hermana del nuevo ministro, la señora Ximena Silva Cruz y
su marido. También se encuentra una hija de don Carlos, la señorita
Alejandra Silva Montt. Y acompañándolos, las criadas y
sirvientes de la casa, junto a los mozos, todos con sus trajes de fiesta.
Abajo, indiferentes al evento, dos hombres de pueblo caminan por la
rambla hacia la caleta. Van en busca de algún marisco que puedan
ganarle a sus compadres.
Comparten una pipa y no se inmutan por la soledad
del lugar. Sin embargo, de pronto creen ver algo imposible. Una gran
columna de negro y espeso humo se asoma detrás del cerro La Cruz.
No sospechan qué puede ocurrir, pues no se ven señales
de fuego ni gente alrededor.. Es curioso, por lo que deciden correr
hacia la cumbre para ser los primeros en descubrir el extraño
suceso.
Una vez ahí, se percatan de lo más
extraordinario. Un enorme buque de guerra,, un destructor, se acerca
directamente hacia la bahía. Nunca en sus vidas habían
visto algo similar, y el tamaño de la embarcación los
hace temer del propósito de sus tripulantes. ¿Serían,
acaso, peruanos?. Tal vez seria un buque perdido que anda arrancando
de una guerra del otro lado del mundo. No lo sabían, pero ahora
corrieron mucho más rápido hacia la caleta, en donde se
había reunido ya un grupo de gente sorprendida por la peculiar
visita.
Dos fuertes bocinas retumbaron en las quebradas
de Zapallar, mientras se formaban en la cubierta dos filas de blancos
marinos que comenzaron a saludar a los sorprendidos zapallarinos. Un
regordete hombre vestido de oscuro traje y sombrero de copa saludaba
enérgicamente hacia la caleta. En tierra firme, los presentes
se miraban pasmados, nadie sabía quién era o a quién
buscaba.
Dentro de la Iglesia, el retumbar de los bocinazos
fue como dos truenos. El Padre Manzano se agitó completamente
y corrió hacia un lugar protegido bajo el crucifijo. Los fieles
estaban desconcertados y de a poco comenzaron a salir a la plaza. Algunos
corrieron hacia sus casas; otros, en cambio, esperaron alguna explicación.
No tardó demasiado en venir alguien con la respuesta: ¡Había
arribado un buque de la Armada! El comandante estaba en estos momentos
desembarcando en la caleta. Era urgente que las autoridades fueran a
recibirlo. Probablemente traía noticias del nuevo Ministro de
Marina para sus familiares. Cuando el Alcalde, el Padre Manzano, la
señora Ximena y su sobrina Alejandra llegaron hasta la caleta,
el pueblo entero rodeaba y abrazaba al sonriente comandante. De pronto,
se abrió paso a las autoridades y un grupo de cadetes se ordenó
en filas, formando un túnel hasta su superior. Una figura de
baja estatura apareció en el otro extremo. Con su bigote blanco
y una gran sonrisa se acercó hasta la señorita Alejandra
y la abrazó. Ella reconoció de inmediato a su padre. La
alegría explotó en el lugar, todos al fin se relajaron
al saber que aquél era el más amigable de todos los visitantes.
¡Zapallar recibía al propio Ministro de Guerra y Marina!
Luego de los abrazos de rigor y de las demostraciones de respeto entre
las autoridades, el Ministro hizo una señal a un grupo de marinos
que esperaban su aviso. Uno de ellos levantó una bandera e inmediatamente
empezó un ajetreo en la cubierta del barco. De pronto, una hermosa
banda de trombones, trompetas, saxos y tambores comenzó a tocar.
El pueblo estaba alborotado con tanta emoción. Don Carlos les
traía este increíble regalo a sus amigos de Zapallar,
y pasó el fin de semana descansando de todos los ajetreos de
su nombramiento. Deseaba estar junto a su querida hija y su familia.
Se encontraba encantado de todas las atenciones que a cada momento la
gente del pueblo le ofrecía. El barco, a su vez, estuvo un día
más después de su llegada, pues debía seguir camino
hacia Antofagasta.
Ese día la playa estuvo repleta, todos
querían ver el enorme buque que descansaba entre la Isla Seca
y el Cerro de la Cruz. La imagen era sorprendente. Desde entonces, y
hasta que le duró el nombramiento (años más tarde
se sabría que esta excentricidad no sería de todo el gusto
de Arturo Alessandri), don Carlos llegó a su casa de veraneo
transportado por un gran barco de guerra, haciendo de cada arribo una
fiesta.